jueves, 29 de julio de 2010

Un final



Primavera de otros

Miguel miro sus manos, esas dos manchas blancas que emergian de la oscuridad. Su covacha era la ultima de ese caserio, ahora, vaya a saber por que, totalmente abandonado. Le constaba que el ultimo ocupante habia regresado a su Fraile Muerto de origen. Miguel heredo el catre, el primus, una linterna sin pilas, dos banquitos desvencijados y un cajon flamante que servia de alacena. Habia traido su mate y su termo como unico equipaje.
¿Por que en ese tugurio? Adentro todo era lobrego, pero fuera habia luna. Y silencio. Hoy habia mendigado en la placita, junto al monumento. La cosecha habia sido de siete pesos y una tarjeta telefonica. Esta fue entregada por una chiquilina que le aviso: queda espacio libre para dos o tres llamadas. Despues se fue, corriendo.
Un mes atras, su ultima llamada habia sido para Cecilia: "Me voy, no se adonde. No te preocupes. Sabre arreglarmelas. Sobre la heledadera te dejo un adios". Y el adios decia: "No soporto el mundo. Quiero hallarme a mi mismo. Por una vez la soledad me es imprescindible. No estoy loco, no desvario. Cuando esta noche te enfrentes a las noticias de la tele, y veas mas esqueleticos negritos de Sudan, pateras con marroquies que naufragan en el Estrecho, indigenas del Amazonas empujados a su desaparicion, cursos basicos de violencia juvenil, asi como la incontenible, programada destruccion de la naturaleza, y luego, en el mismo canal o en el contiguo, la soberbia de los gobernantes, demo o autocraticos, casi da lo mismo, exhibiendo sin pudor su fiebre de poseer, su indiferencia hacia el projimo, singular o plural, y asimismo las grandes bovedas de la Bolsa, con la histeria millonaria de los apostadores; cuando veas eso quizas entiendas por que ya no soporto el mundo. La nocion exacta de mi impotencia, de mi incapacidad frente a tanto desastre, de una humanidad que de a poco se suicida, me hace sentir que no tengo el minimo derecho al bienestar, ni a mi profesion, ni a tu amor, casi diria que no tengo derecho a estar vivo. Pero no te preoupes, no voy a eliminarme. Lo que no quiero para la humanidad, tampoco lo quiero para mi. Pero tengo que irme, borrarme, estar a solas conmigo, tratar de comprender este relajo cosmico, esta catastrofe sin dios, este dolor sin sentido. Tu nombre es una de las pocas palabras con sentido que dejo atras. Tal vez mi unica tentacion de arrepentimiento antes de dar este peso, pero la venci. Gracias para siempre, Miguel".

Sus propias manos, esas dos manchas blancas en la sombra, son tambien constancia de si mismo. Afuera, bajo la palidez lunar, otras circunstancias comparecen. Por detras de la cuarta vivienda, irrumpe un muchacho. Su camisa clara, posiblemente blanca, atrae toda la atencion de la luna, pero el se queda inmovil, a la espera de algo.

El algo esperado llega bordeando la segunda casucha. Es una muchacha claro. Miguel no alcanza a distinguir su rostro, pero si que la chica es agil, y al ver que lo espera, camina lentamente hacia el y lo abraza. El happy end, piensa Miguel, de un producto hollywoodense de los sesenta. Pero la parejita no es del celuloide. Ahora se dedican a despejar someramente un espacio entre piedras, casi un lecho de cesped. Luego empiezan a quitarse mutuamente las ropas. Miguel no puede dejar de mirarlos, asombrado, todavia incredulo. Pero ellos ignoran que padecen un testigo involuntario y actuan con natural impunidad, como si insistieran en un ritual varias veces cumplido.
Miguel admite que, con el aporte lunar, aquellos dos cuerpos jovenes, acariciandose sobre el cesped, moviendose en un vaviven tierno, acompasado, penetrandose, permaneciendo luego unidos en un abrazo que seguramente es tibio, pleno, final: Miguel admite que ese conjunto es como una metafora, pero tambien un motivo de ser, una explicacion primaria que comunica algo a pesar suyo.

Lentamente los muchachos vuelven a sus ropas, se rien, festejan. Miguel no alcanza a captar que dicen, pero aparentemente rebosan alegria. Tal vez se trate de una felicidad instantanea, sin futuro, quien puede saberlo. Por fin se relajan, abrazados, y Miguel queda otra vez ensimismado, solo en su desconcierto. Ya no mira sus manos, las introduce en sus bolsillos y alli solo encuentra la tarjeta telefonica. Entonces se levanta, sale a la noche. Ya no hay luna. Las nubes han decidido cubrirla, al menos por un rato. Camina ocho, diez cuadras, con lentitud, indeciso, como frenandose. Cuando encuentra un telefono publico, se mete en la casilla, introduce en el aparato la tarjeta que le habia dado la chiquilina y marca siete cifras. Del otro lado alguien levanta el tubo y el pregunta:
"¿Cecilia?".






Cuando lo lei me emocione y, que mejor formar de cerrar este blog, asi que le tomo prestada esta primavera a Benedetti...Gracias por todos los comentarios que me habeis hecho llegar al mail, han sido lo mejor de esta azotea tres puntos suspensivos

lunes, 19 de julio de 2010

El fotografo que sabia mirar y al que nadie vio



Vicente Nieto (Ponferrada, 1913) miró por un recuadro de hojalata para hacer su primer retrato. Su sobrina Cecilia leía un periódico de 1933 recostada sobre la cama. Es un retrato armonioso, limpio, natural. El primero que Vicente Nieto obtuvo con su flamante Kodak Baby Brownie, comprada en los almacenes Sepu por 13 pesetas. "No sabía que era un trípode, no sabía nada de técnica", recuerda ahora, 77 años después, en su piso de Madrid.
Dejó de hacer fotos en los sesenta por necesidad y porque dudaba de sí mismo.
En estos 77 años le han pasado muchas cosas. Una guerra que Nieto vivió en parte como taquígrafo en la retaguardia. Una vuelta a la anómala normalidad de la posguerra. Una atracción indomable hacia la cámara que le llevó a ingresar en 1955 en la Real Sociedad Fotográfica. Una multitud de excursiones por la España rural. Una crisis de autoestima. Una necesidad económica. Y finalmente un corte radical con la fotografía, un adiós para siempre. "Nunca he hecho una foto en color". Y las que ha hecho en blanco y negro serán, a partir de ahora, propiedad del Ministerio de Cultura, que prepara una exposición y un libro sobre su trabajo.
Alrededor de 1965 Vicente Nieto miró por un visor por última vez. Su suegra, ciega, escuchaba la radio en un salón en penumbra. De nuevo, arranca a las sombras un retrato armonioso, natural. Todas sus fotografías lo son. Un vistazo arbitrario a su colección de negativos -entre 5.000 y 6.000- revela a un fotógrafo que, incluso cuando no sabía de técnica, sabía mirar.
Su ingreso en la Real Sociedad Fotográfica le familiarizó con la técnica, le pulió la mirada y, sobre todo, le catapultó hacia el documentalismo social de la conocida como Escuela de Madrid, donde Francisco Ontañón, Gabriel Cualladó, Ramón Masats, Leonardo Cantero, Rubio Camín y Francisco Gómez ejercieron el papel hegemónico desde el grupo de La Palangana (1957), llamado así a partir de la foto de una palangana donde flotaban los retratos de todos ellos. "Abandonaron los estudios y platós y salieron a los pueblos para tomar imágenes de lo pobre, lo feo, lo rústico. Es evidente que los escenarios y personajes elegidos no siempre estaban de acuerdo con la versión oficialista de aquellos años", sostiene Pedro Taracena Gil, miembro de la Real Sociedad Fotográfica y autor de un ensayo sobre la Escuela de Madrid, que permitirá recuperar a 13 fotógrafos poco conocidos de esta corriente.
A Pedro Taracena, Amando Casado y Marcos López, también fotógrafo, se debe en gran medida la recuperación de Vicente Nieto. La recuperación para los demás, que lo desconocen, y para él mismo. "Nunca he estado seguro de mis fotos. Creía que lo mío no valía gran cosa", confiesa con pudor el nonagenario fotógrafo.
Ahora que recibe felicitaciones a mansalva tras sus primeras exposiciones comienza a enjuiciarse a sí mismo con más alegría y a detenerse en su álbum para recrear el contexto: unos guardias civiles disparando en una barraca de feria, pescadores vascos cargando un atún por la playa, curas paseando junto a la muralla de Ávila, campesinos descalzos conversando en La Mancha, niñas rurales que reparten leche o apresuran el paso ante los nubarrones. Vio expuesto su trabajo por vez primera a los 89 años, en Guadalajara, y después en Madrid, en la Real Sociedad Fotográfica, y Ponferrada.
Nieto, 77 años después de su primera foto, está ilusionado con la gran exposición que organizará el Ministerio de Cultura tras la digitalización de su obra. "En la vida", sostiene, "todo es fotografía. El problema es saber traducirlo".
Con unas ganas enormes de mirarle a los ojos, conocerle, charlar...y que me enseñe a mirar...

miércoles, 7 de julio de 2010


Un pajaro voló hacia kireei cosas bellas...

Mil gracias por dejarnos llegar hasta allí...