sábado, 29 de agosto de 2009


Las películas, como las melodías o los poemas, nacen de extraños encuentros, de asociaciones a menudo incongruentes pero siempre mágicas...La historia se me apareció en el mercado de pescado de Tsukiji en Tokio. Imagino que el olor de atún fresco y algas y ostras, los gritos de los subasteros, el fragor de los miles de cajas siendo arrastradas y la peculiar luz de los fluorescentes a las cuatro de la mañana, tuvieron mucho que ver. O quizá tuvo mucho que ver el desayuno de sopa de miso y makis de anguila. O el rostro pétreo de una chica, que manejaba con destreza una manguera y que se negó enérgicamente, con una decisión poco habitual en Japón, a ser fotografiada por mí.
Pero recuerdo que, en el metro lleno a rebosar, volviendo soñolienta al hotel, después de haberme levantado a las tres de la mañana para ver la subasta de pescado, no dejaba de pensar en esa chica y en el porqué de su negativa. Pensaba en sus botas de agua chapoteando entre el hielo desecho y la sangre de los atunes recién troceados. Y al cerrar los ojos y oír la voz casi infantil que anunciaba la próxima parada en la estación de Shinjuki, supe que iba a contar la historia de una mujer con una doble vida: una mujer dura, solitaria, misteriosa, herida..Y la de un hombre, obsesionado por los sonidos, que ama en silencio a esa mujer, aun sabiendo que todo lo que va a obtener de ella es el sonido de su respiración, el ruido de sus tacones en un callejón solitario y sus conversaciones y encuentros con un hombre de origen español...
También mi fascinación por la cultura japonesa contemporánea, por la atmósfera de las novelas de Haruki Murakami y Banana Yoshimoto, por mi confesa adicción al wasabi y por la vibración casi material que emite la cuidad de Tokio durante la noche: una mezcla de expectación, misterio, sombra y dulzura que deja una huella imborrable...
Detrás de los sonidos de Isabel Coixet